La gira de la "perla" del ballet ruso en México
Anna Pavlova fue una gran bailarina rusa del siglo XX y una de las principales artistas del Ballet Imperial Ruso y de los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.
Tras abandonar en 1913 el Teatro Marinski Imperial de Petersburgo en pro de la libertad artística y crear su propia compañía de ballet ruso, recorrió con ella 44 países del mundo. Aquel fue su servicio abnegado al arte entrañable que ella quiso popularizarlo por doquier y hacerlo accesible para todos. De ahí que sus itinerarios se extendían por los lugares más apartados del planeta. Estas giras llevaron a Anna Pavlova a México en dos ocasiones.
La primera vez, en enero y febrero de 1919, cuando en el país que acababa de vivir la Revolución reinaba aún la intranquilidad. Y el presidente de México, Venustiano Carranza, para evitar posibles malestares, ordenó emplazar en el techo de los vagones del tren, en el que viajaban los artistas rusos, a 200 soldados. Ellos custodiaban la compañía de Anna Pavlova durante todo el trayecto, desde el puerto de Veracruz hasta la Ciudad de México.
Las actuaciones se celebraron en los teatros capitalinos Abreu y Principal. El repertorio ofrecido comprendía los ballets Raimonda, La bella durmiente, Giselle y otras obras maestras clásicas rusas y europeas.
Con todas las diferencias sorprendentes entre la danza escénica en la interpretación de Anna Pavlova, y las tradiciones coreográficas de México, el público acogió admirado a los artistas rusos. Según el conocido crítico mexicano Javier de Bradomín, Anna Pavlova tuvo en México un “éxito deslumbrante”. Le ofrecieron actuaciones adicionales en el antiguo Teatro Bolívar, y en el Cine Granat.
Pero a los espectadores les esperaba una sorpresa, la que fue anunciada por el periódico Excélsior: “Anna Pavlova actuará en El Toreo, en la arena para la corrida de toros”.
En el primer día de actuación en la plaza aquella reunió unos 16 mil espectadores que deseaban apreciar la danza de la bailarina rusa. Aquello fue algo insólito; el ballet clásico en una arena para la corrida de toros.
Los periódicos mexicanos escribían sorprendidos de la “Magnífica iniciativa de Anna Pavlova, de los espectáculos al aire libre para un gran número de espectadores, que no tenían cabida en un teatro, sumando incluso varias presentaciones. Además que el precio de la entrada era prohibitivo incluso para personas de ingresos bastante medios. ¡Qué talento excepcional había que poseer para en un ruedo de toros, concentrar la atención de tan vasto auditorio de temperamentales mexicanos, muchos de los que por vez primera veían el ballet clásico! El espectador contemporáneo está acostumbrado a actuaciones de artistas en enormes estadios y plazas, mientras que entonces, aquello fue un fenómeno totalmente nuevo para el ballet clásico.”
Con sus actuaciones en escenarios tan originales, la bailarina se empeñaba en llevar el ballet clásico más allá de lo elitista, dándolo a conocer al más vasto auditorio.
Los críticos teatrales mexicanos parecían competir entre sí en la selección de los más elocuentes epítetos, a la hora de escribir de las imágenes creadas por Anna Pavlova en los distintos ballets.
Pero los comentarios más excelsos los mereció su perla de la danza mundial, La muerte del cisne. A juicio del crítico Luis Rodríguez, “esta es una creación de las más hermosas, cuya fuerza atractiva transforma el espíritu en cautivo de la armonía de la danza”. Y definía a Anna Pavlova de “genio divino de la danza”.
Las continuas giras por el mundo indujeron a Anna Pavlova a incluir en su repertorio números de concierto con elementos de danza de distintos pueblos. Así ocurrió también en México.
Pavlova preparó, especialmente para el concierto de despedida en El Toreo, que en esa ocasión reunió a unos 20 mil espectadores, el número denominado “Fantasías mexicanas”. Para ello tomó como base la danza popular mexicana Jarabe tapatío. Un espectáculo insólito: la bailarina bailó una parte en puntas, como en el ballet.
La interpretación causó tal furor que por largo tiempo no le dejaban abandonar el escenario. Y hasta éste, con la ovación interminable del público, volaban los sombreros, como el signo de máxima admiración de los espectadores mexicanos.
Seis años más tarde, Anna Pavlova regresa a México con una nueva sorpresa. El 23 de abril de 1925, el Ciudad de México tuvo lugar el estreno del ballet Don Quijote. México fue el primer país hispanohablante en el que vieron este excelente ballet en la interpretación de la compañía de Anna Pavlova.
Desde el tiempo de sus giras, la escuela rusa de ballet devino señera para la coreografía mexicana.
De Leonard Kósichev. © La Voz de Rusia.